martes, 15 de diciembre de 2009

LA FAMILIA ROMANA


La organización social de los romanos fue siempre tremendamente patriarcal y familiar; desde un principio Roma se había organizado en gens, en manzanas donde vivían gentes unidas por un mismo apellido; vivían en familia, pero en familia directa, con un solo padre, con una sola autoridad, y en régimen monogámico. El patriarca se encargaba por las mañanas de repartir las tareas domésticas a los esclavos y de atender a su contador que le traía las cuentas todas las mañanas. El padre era sobretodo el dueño del patrimonio, tenía claros derechos de autoridad sobre las mujeres (esposa, hijas) y los esclavos, pero también era el representante legal ante los actos de los hijos. El padre era también juez, pues resolvía litigios al interior de su pequeño reino. En las familias nobles el padre no veía a los hijos sino hasta la noche, por eso el cristianismo y su amor filial para con el padre "debió producirles a los paganos el efecto de una intimidad un poco repugnante y de una humildad servil; tenía que parecerles algo plebeyo".


Los hombres libres de la familia no andaban casi nunca solos, no se vestían ni se calzaban nunca ellos mismos sino que lo hacían por ellos los esclavos.

En cuanto a las señoras, sabido es que se casaban poseyendo una dote, que no siempre pasaba en manos del marido, quien en cierta forma, cargaba también una dote toda su vida (el testamento). La tradición romana estipulaba que una mujer que se separaba del marido regresaba con el padre, pues la hija era algo así como un préstamo del padre al yerno.

Las jovencitas debían mantenerse vírgenes, o al menos, llevar sus relaciones en el más estricto secreto. El concubinato era aceptado, en un principio considerándolo como un término peyorativo pero con el tiempo como algo normal u “honorable”; tenía incluso bien determinados sus aspectos jurídicos.



El privilegio de acostarse con las esclavas no era solamente del emperador, si no de todo ciudadano libre en posesión de esclavas (aunque no podía convivir con ellas), lo cual representaba en un principio un dolor de cabeza para las esposas, aunque también es sabido que hacían de las suyas con los pajes. Era frecuente entonces que los padres tuviesen hijos entre sus esclavos, pero era estrictamente prohibido por el derecho que aquel tratase de averiguarlo o que anduviese diciendo por ahí que era su hijo, aunque si podía liberar a los esclavos que el quisiera sin señalar ningún motivo aparente para tal decisión. Tampoco podía adoptarlo, al menos legalmente. Aunque también es cierto que existía la costumbre de sentar a la mesa o mimar a pequeñuelos, esclavos o expósitos, y de hacer cumplir sus caprichos, o incluso de educarlos y criarlos (alumnus, threptus), a veces con una educación liberal, reservada para los hombres libres. De modo que el padre podía siempre beneficiar a su bastardo, aunque no lo hiciera “legalmente”, estimulando por consiguiente el apetito y la disposición de las esclavas por sus amos.

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